martes, 3 de marzo de 2009

¿Excesiva permisividad? ¿Represión a ultranza?


¿Excesiva permisividad? ¿Represión a ultranza?

¿Somos excesivamente permisivos con los niños? ¿Es el mundo del niño un espacio separado del mundo de los adultos del que se puede salir o entrar por conveniencia? ¿Hay dos mundos distintos o un solo espacio que necesariamente debemos compartir? ¿Debe el adulto soportar estoicamente todo el ruido que los pequeñines puedan dar por simple comodidad o por el contrario, debemos aunque nos cueste razonar con ellos hacerles caer en la cuenta de que sus gritos pueden molestar y resultar desagradables a otros? ¿Pueden los niños jugar y divertirse sin llegar a ser por el volumen de sus gritos un castigo para ellos mismos y como no para los adultos? ¿Es el mundo del niño un espacio por el que éste puede transitar sin normas ni reglas?

Son preguntas que me formulo cuando después de lo vivido el otro día al entrar en uno de esos establecimientos de comidas rápidas, quedé totalmente atrapado por un lado por la necesidad de ingerir algo que aplacara mi apetito y el de los que iban conmigo y por otro, por la rapidez del servicio que mientras me preparaban la parte sólida solicitada me habían colocado sobre unas bandejas, las bebidas, refrescos, cubiertos y servilletas.

No habíamos hecho más que dirigirnos hacia la mesa que habíamos elegido con anterioridad a realizar nuestro pedido en el mostrador llevando todas las viandas y bebidas adquiridas en dos bandejas, cuando reparé en el rostro de desagrado del familiar que nos estaba esperando en la mesa hacia la que nos encaminábamos. El rostro de desagrado de este familiar se debía al griterío ensordecedor que salía de la parte central del establecimiento que no quedaba muy apartado de donde habíamos elegido ubicarnos.

Dicha algarabía era producida por unos pequeños que jugaban en un recinto preparado al efecto con una cantidad ingente de bolas y otros utensilios a la vez que se desplazaban por unas escaleras que los situaban a distintos niveles. Los niños que se divertían en su interior, mediante la utilización de rampas, podían deslizarse cambiando de posición con toda rapidez entre un ensordecedor griterío.

No habíamos reparado ninguno de nosotros al entrar en el establecimiento en este habitáculo central transparente por múltiples razones: Por la premura en saciar el apetito que nos acuciaba, porque veníamos todavía envueltos en el ruido y barullo que acompaña al ir y venir de las personas deambulando por las calles, por el ruido de los motores de los coches y autobuses de línea, por el frenético deambular por los distintos stands y plantas de los grandes centros comerciales, por el volumen de los anuncios de la megafonía, por el propio cansancio que nos invadía...o, porque en el momento de nuestra entrada dicho habitáculo estaba vacío de niños y en silencio.

Siguiendo con mis observaciones, reparé en que dicho habitáculo estaba abierto por su parte superior y a través de sus paredes laterales podía verse y oírse todo lo que en su interior acontecía.

Era un pequeño recinto situado en el interior del amplio salón en el que nos encontrábamos. Un espacio dedicado exclusivamente a los pequeños y separado por una especie de cristalera sin techar en donde mientras saltaban, tirándose sobre un mar de bolas, se despachaban pegando gritos desaforados, al menos unos seis u ocho niños mientras sus padres tranquilamente, sin inmutarse, haciendo caso omiso al escándalo, gozaban de las llamémosle excelencias alimenticias de este local a la vez que animadamente conversaban.

Ninguno de los adultos que tenían uno o varios niños en ese paralelepípedo central transparente se aproximó para pedir a sus niños en concreto que jugaran pero sin formar tanta algarabía. Nadie hizo razonar a esos niños que podían seguir jugando de la misma forma pero sin formar tanto jaleo, sin dar tantos gritos y chillidos.


Creo que los niños deben jugar y divertirse, que deben desarrollarse en un clima de libertad desde pequeñitos, que no se les debe coaccionar ni intimidar, pero por supuesto de ninguna forma se puede dejar que hagan lo que les de la gana, sin ninguna norma y sin tener en cuenta a los demás.


Un clima de libertad mal entendido nos va a llevar a hacer de ellos unos seres egoístas que viven para sí sin tener en cuenta a los que les rodean. Si desde pequeños hasta que se incorporan a la sociedad como miembros activos los dejamos caminar a su antojo, no nos deben sorprender algunas conductas ya que prima más a nivel general la comodidad que un serio y responsable laborar con ellos basado en una praxis educativa.


Praxis que debe valorar no solo el momento, las circunstancias y sus consecuencias tanto inmediatas como a posteriori. Nuestras actuaciones en este campo deben ser benefactoras tanto para el que las aplica como para a quienes van dirigidas pues nadie es perfecto o está exento de cualquier terapia educativa.


Por supuesto que atendiendo al titulo del artículo, debo denunciar que si hay excesiva permisividad. Debemos ser permisivos pero con normas que ponen limite a esa permisividad y la regulan. Represión a ultranza, no; de ninguna manera. Pero si debemos reprimir ciertas conductas con la lógica de la razón y utilizando el diálogo para entre ambas partes llegar a analizarlas y encauzarlas debidamente. Todo esto debe hacerse siempre desde una edad temprana hasta el final de nuestros días.

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