sábado, 5 de junio de 2010

Recuerdos de mi niñez y adolescencia.


Hace muchos años, tantos que de contarlos superan el medio siglo, vivíamos en Cádiz, en un bloque frente a un desaparecido acuartelamiento de Infantería en la denominada Avenida de López Pinto, durante un tramo, y Ana de Villa, a lo largo de otro. Creo también recordar la dirección en la que pasamos algo más de una década: Avenida López Pinto, Casas militares, piso 2º, nº 12.

Asomados a la ventana de una de las habitaciones, unas veces sobre el mediodía y otras al caer la tarde, tanto mi hermano como yo permanecíamos algunos ratos extasiados a lo largo de cada día observando todo lo que por aquella avenida pasaba. El tranvía, los coches, peatones que por las aceras se dirigían en un sentido u otro hacia sus menesteres, la guardia que frente a nosotros formaba unas veces con armas y otras sin ellas, ante la presencia del jefe militar que por una u otra razón visitaba el acuartelamiento o cuando al inicio de la jornada se procedía al izado de la bandera mientras el corneta dejaba escapar de su instrumento el toque correspondiente.


Cuando el día terminaba, también formaba la guardia para el último ceremonial: la bajada de bandera y el toque de oración. Todo era observado por nosotros como si de una película se tratara, sin cansarnos de ver las mismas escenas hasta que casí siempre la voz de mi madre nos sacaba del ensueño diciendo: ¡Niños! ¿Habéis terminado las tareas? Si, mamá.

A continuación nos pedía los cuadernos para ver lo que habíamos hecho y o nos regañaba porque lo realizado no estaba al completo o se veía descuidado o nos daba su visto bueno dejándonos jugar hasta la hora de la cena.

Todas los días íbamos andando al Colegio. Salíamos del edificio y siguiendo la acera, íbamos dejando atrás una serie de Chalets individuales con sus garages y patios de entrada ajardinados. Pasabamos por un campo que creo recordar lo llamaban el “campo de las vacas”, terreno de unas dos o tres hectáreas donde estas pacían, al igual que algún que otro rebaño de cabras.


Dicho terreno , partía la hilera de chalets que seguían al edificio en el que vívíamos antes de llegar a las tapias del Colegio que delimitaban y cerraban los patios de recreo en el que se encontraban los campos de futbol, el frontón, las pistas de baloncesto, la pista de patinaje, las zonas ajardinadas, y como no, las edificaciones donde se ubicaban las aulas a las que accedíamos al sonar la campana después de formar filas por cursos y en silencio en una explanada de cemento.


Siguiendo dicha acera dejábamos atrás la iglesia del Colegio y llegabamos a la puerta del mismo. A la puerta del Colegio de San Felipe Neri. Estudie allí desde la 1ª clase, hasta la 4ª de primaria, hice el ingreso y comencé el bachillerato hasta el 4º curso revalidando mis estudios después de repetir un año. Aprobé la revalida en el instituto de Columela ya que dicho examen había que realizarlo en el Instituto que por aquella época era el único que existía en Cádiz y era donde se contituía el tribunal.
Una vez superada la revalida abandoné el Colegio y continué los dos cursos del bachillerato superior en dicho Instituto. Esta decisión por parte de mis padres fué acogida por mi como muestra de confianza en cuanto a mi madurez, al permitirme asistir a un Centro en el que la enseñanza era bastante más libre y menos disciplinada que la que había tenido hasta entonces.

El bloque de cuatro plantas donde vivíamos, tenía un jardín delantero y dos puertas de acceso a izquierda y derecha de su fachada a las que se llegaba después de cruzar dicho jardín a lo ancho y acceder a él por su correspondiente escalerilla desde el acerado de la avenida.

Por su parte posterior el edificio presentaba la misma estructura pero sin jardín dando a a un acerado y una explanada de tierra donde se alzaba la antigua y hoy ausente plaza de toros y donde los niños del bloque, sobre todo los días de fiesta y los jueves que no teníamos clase por la tarde, patinabamos, jugabamos al fútbol, a las bolas, al trompo, a las chapas... y maquinábamos alguna que otra travesura; en definitiva nos relacionabamos.

Una enorme azotea culminaba el edificio circunvalando el patio central interior a la que por comodidad no se subía a tender.Treinta tendederos cruzaban dicho patio de ventana a ventana sujetos a uno y otro lado a sus carruchas y por los que se deslizaba la ropa recien lavada, buscando el sol, en espera de secarse.

Desde dicha azotea se divisaba en dirección a Puerta de Tierra el campo del Mirandilla, donde jugaba por aquellos años el equipo de fútbol de la localidad antes de construirse el conocido estadio de Ramón de Carranza. Desde esa Atalaya, la azotea, veíamos el partido de fútbol del Cádiz C.F. los domingos por la tarde cuando éste tenía lugar.

Frente a este edificio, una vez agotados los cuatro escalones de las escalerillas del referido jardín, se daba a la acera de la avenida y a la vía doble del tranvía que marcaba los dos sentidos de su recorrido y que tenía una de sus paradas justo en él.

Cruzando las vías y la avenida se llegaba a la puerta de entrada de dicho acuartelamiento en cuyo dintel se leía “TODO POR LA PATRIA”. Unos seis metros antes se levantaban a derecha e izquierda de ese enorme portalón paralelamente a sus jambas dos garitas. En la de la derecha se hallaba normalmente en posición de descanso con su Mauser y bayoneta un soldado de guardia cuando no se paseaba con su fusil al hombro de una garita a otra girando marcialmente cuando las iba a sobrepasar. Dicho centinela, era relevado por otro con el ceremonial pertinente cada cierto tiempo y a uno y otro lado de esta enorme puerta, si seguíamos observando de frente el acuartelamiento, se encontraban las zonas ajardinadas que los niños del bloque donde vivíamos conocían con los nombres del jardín del Coronel a la derecha y el jardín del Teniente Coronel a la izquierda.

Por esa avenida, circulaba en ambos sentidos por la doble vía que en dirección a las afueras se encontraban en la mitad derecha de la misma, junto a la acera, el tranvía que, desde el edificio hoy día conocido por el palacio de la aduana, nos llevaba hasta el hotel Playa.


En ese punto, después de apearse hasta el último usuario, recogía a los que desde ese lugar de extramuros querían acercarse al casco antiguo; giraba 180º, y emprendia de nuevo su ruta de regreso deteniendose al igual que a la ida en todas las paradas para recoger y dejar viajeros.

Dicha avenida durante esos años era la única vía que nos sacaba de Cádiz a través del istmo y nos comunicaba con el resto del país después de dejar a la derecha el hotel playa Victoria y continuar por una carretera estrecha flanqueada de salinas a ambos lados hacia San Fernando,

En sentido contrario, dicha vía, nos introducía en la ciudad a través de las murallas de Puerta de Tierra y la cuesta de las Calesas a cuyo término y en la acera de la izquierda yendo en dirección hacia el centro, como sujetándo todo lo que por ella puediera deslizarse, se yergue el templo de la Virgen del Rosario; su patrona.

Donde ya no hay cuesta, continúa una calle que pierde su nombre al desembocar en la Plaza de S. Juan de Dios. En dicha calle, algo estrecha y aún más cuando pasaba el tranvía en dirección a extramuros, se encontraba la famosa cervecería Ploxia, alzándose en la acera de enfrente la antigua fábrica de tabacos que ocupa la mayor parte de la longitud de esa calle hoy día dedicada a otras tareas y que forma fachada con carácter de principal hacia la otra artería en donde desemboca el caudal circulatorio del tráfico que pasa dejando a su derecha la zona portuaria delimitada por una interminable verja. Junto a ésta antigua fábrica, de más reciente construcción, dominador en altura, se levanta también el edificio del Trocadero, un gigante desde donde se divisa la ciudad en todas direcciones.

El Trocadero, se asoma al puerto si miramos al frente dando la espalda a la posición que ocupa la Plaza de San Juan de Dios, donde se encuentra el clásico edificio del Ayuntamiento. Dicho edificio se ubica al fondo de dicha plaza y a izquierda y derecha de éste, en los edificios que dan forma rectangular a la plaza proliferan una serie de restaurantes, bares y cafeterías donde clientes y turistas pueden degustar en sus respectivas terrazas ubicadas en el amplio acerado, una gran variedad de tapas y platos a cual más suculento. Se puede también desde el Trocadero, acariciar con la mirada orientados hacia su fachada principal, barriendo con la vista hacia la izquierda la larga verja que impide el acceso a la zona portuaria que la separa de la ciudad.


Dicha verja, acompaña al acerado y viario que delimita por la derecha en dirección a la plaza de España dejando en el centro los jardines en la que se levanta la popularmente conocida virgen del sacacorchos debido a la columna salomónica sobre la que se asienta y que el humor de los gaditanos a rebautizado con este nombre y en los que modernamente, bajo dichos jardines, se encuentra un aparcamiento subterráneo. Los jardines sirven de bulevar ya que a uno y otro lado discurre paralelamente al viario descrito por la derecha, el de la izquierda así como la hilera de edificios en los que se ubicaba por aquel entonces entre otros, el del cine Gades.

Estos jardines acaban al toparse con el palacio de la aduana, edificio antiguo de dos plantas en el que estaba durante aquellos años si la memoria no me falla lo que se conocía como gobierno civil y al que llegaba el antiguo tranvía que comunicaba este punto con la esplanada en la que se ubicaba el hotel playa Victoria. Una vez que llegaba al palacio de la aduana, el tranvía después de un giro emprendía el regreso hacia extramuros cruzaba y dejaba a la derecha la plaza de S. Juan de Dios y se introducía en la que creo recordar se llamaba la calle Ploxia e iniciaba el ascenso de la cuesta de las Calesas , Puerta de Tierra, avenida de López Pinto, avenida Ana de Villa .... hasta el mencionado hotel situado en la famosa playa.

Por su parte posterior el palacio de la aduana da a la Plaza de España donde se encuentra el famoso monumento a las cortes de Cádiz.


El hotel Playa, se encontraba en extramuros donde acababa toda la zona urbanizada y en la que se comenzaban a levantar los grandes chalets de la clase acomodada de esta ciudad por aquella época.
Año tras año, poco a poco, sin apenas percibirlo la avenida fue poblándose de coches, camiones, autobuses de línea que circulando en ambos sentidos nos comunicaban con poblaciones cercanas como San Fernando, Chiclana...
El caudal circulatorio creció de tal forma que se apoderó de toda la avenida y a ello contribuyó en gran medida la proliferación del famoso "seat 600". El viejo tranvía que discurría orillado junto a la acera por la mitad derecha de la avenida yendo en dirección a extramuros, empezo a estorbar. En su lugar acupando la otra mitad de la calzada se preparó el tendido eléctrico para que una flota de trolebuses de uno y dos pisos realizara el mismo recorrido y ofreciera el mismo servicio con la ventaja de ser mas silenciosos. Dicho tansporte. al no necesitar raíles podía desviarse ligeramente a derecha e izquierda en el sentido de su marcha adaptándose a las necesidades que el tránsito de vehiculos y la longitud de su trole le permitía.

Muchos recuerdos y anécdotas vienen a mi memoria que dejo de relatar esperando una nueva ocasión.

4 comentarios:

Mónika Gallego dijo...

Dice un gaditano llamado Manolo, al que creo que conoces..., que no veas como presume de suegro por ahí.
Sin ir mas lejos se atrevió proponer en el curro, cuando planeaban comida de empresa....la posibilidad de degustar una de escasa deliciosas paellas que nos preparas los fines de semana... Besazos, papi. Sigue escribiendo.

El Inquieto Jubilado Cristóbal dijo...

Gracias queridos Manolo y Mónica, por vuestro seguimiento tanto en la faceta de bloguero como en la de cocinero. Un besazo.

Anónimo dijo...

Se puede decir entonces que .... Te sale un blog de rechupete!

El Inquieto Jubilado Cristóbal dijo...

El mismo empeño y dedicación empleo tanto en una faceta como en la otra.En realidad todo depende del consumidor. ¡Hay gustos tan diferentes! Un abrazo.