sábado, 14 de agosto de 2010

FÁBULA ECONÓMICA:

Voy a narraros una fábula que de boca a boca hasta mis oídos ha llegado y que viene bien para esta época estival:

Un hombre enchaquetado llega al único hotel que hay en un pueblo; entra y dice:
- Buenas, quisiera una habitación si tiene usted alguna libre.

El dueño del hotel le responde:
-Por supuesto que tengo, puede elegir la que usted quiera.
- Ah!, eso es estupendo. Pero antes de quedármela quisiera verlas para asegurarme que son de mi agrado.

A lo que el hotelero le responde:
- Sin ningún problema, sólo debe depositar 500 euros a modo de fianza que le serán devueltos si usted, por la razón que sea, no deseara hospedarse en alguna de ellas.
-De acuerdo.

El señor cogió el ascensor y subió a las habitaciones.

Mientras que el billete de 500 € permanecía sobre el mostrador, el hotelero comenzó a pensar que podía liquidar la deuda que tenía con el pescadero, que ascendía a la cantidad de 500€. No se lo pensó, cogió el billete corrió a la pescadería y saldó su deuda.

Acto seguido, el pescadero se percató que él mantenía una deuda de igual cantidad con el frutero del pueblo, por lo que no desaprovechó la oportunidad y fue raudo y veloz a saldarla.

De igual modo, el frutero vio el cielo abierto ya que yacía en su mano la cantidad adecuada para liquidar la deuda que tenía con el dueño de la gasolinera. Sin dudarlo, se apresuró y la zanjó.

El dueño de la estación de servicio, se puso muy contento y tras una pausa vio su sueño hecho realidad, puesto que se acordó que le debía a una prostituta esa misma cantidad por unos servicios realizados no hace mucho tiempo. Cogió el billete, buscó a la chica, y quedaron en paz.

La prostituta, no se lo podía creer. Al fin podría liquidar la roncha que tenía con el hotelero del pueblo de tanto alquilar habitaciones para realizar sus trabajitos. Así que se pasó por la recepción, saludó al dueño y le pagó la deuda que ascendía curiosamente a la cantidad de 500 €.

Acto seguido se escuchó una campanilla que procedía del ascensor del complejo, del cual, salío aquel hombre enchaquetado que se dirigió al mostrador y con voz pausada le dijo al hotelero:


-Mire usted, he visto las habitaciones, y la verdad que no son de mi agrado. ¿me podría devolver la fianza?

El hotelero, sin dudarlo le respondió:

- Por supuesto, no hay ningún problema.

Con gesto de circunstancias el hipotético cliente cogió su billete con semblante serio, se giró y desapareció por la puerta.

Ahora bien yo concluyo: un pueblo endeudado se ha liberado por la visita inesperada de un extraño adinerado, que al final en el pueblo no se ha hospedado pero a todos de su deuda los ha librado.